Los otros límites de la representación | por Ignasi Mena

Claire Denis | Les salauds

Hace cuatro años tuvimos una interesante conversación con Juan Alcudia sobre las íntimas relaciones entre porno y cine. Es un texto que ha regresado una y otra vez a mi mente no tanto por lo que dice como por todo lo que dejó en el tintero. Y me persigue la idea, desde entonces, de que tanto Alcudia como yo no logramos enfocar el tema como merecía sino que nos dejamos llevar por el lenguaje, por el discurso, por lo que uno debía (o podía) decir, hasta perder de vista lo interesante de la cuestión. En el texto que sigue no quiero cerrar lo que dejamos abierto, ni tampoco desarrollar las ideas ahí expuestas, sino explorar de nuevo y desde otra perspectiva ese mundo de (in)definiciones, de porquerías, de (i)limitados recursos que es el cine pornográfico. Aunque, ¿no sería más adecuado decir el porno en el cine? ¿O incluso lo porno del cine?


Este texto apareció por casualidad en mi cabeza cuando, en cuestión de una semana, vi cómo dos personas, un hombre y una mujer, que seguramente no se conocen entre sí, eran taladrados por vía anal/vaginal con dos objetos muy dispares: en el primer caso, un gran consolador mecánico que giraba y giraba sin parar, y en el segundo caso una mazorca de maíz que reaparecía tras la penetración cubierto de sangre. Uno de esos dos ejemplos pertenecen a una película de Claire Denis, y el otro me llegó como pop up cuando quería ver algo tan inofensivo como Parks and Recreation. A lo que voy es que no pude dejar de poner en relación ambas cosas y me pregunté hasta qué punto la repetición de un gesto y la coincidencia de medios cinematográficos para captar ese momento no ha difuminado ya la diferencia entre cine/arte y cine/porno que hace unos años yo defendía tan vehementemente. De jovencito hubiera dicho que en pantalla asistimos a una falta absoluta de respeto por el cuerpo, como si desde las estampas eróticas, en fotografía, o desde el gesto iniciático del Peeping Tom de Powell hubiera una insistencia por penetrar, por destrozar, por aniquilar una corporalidad que se desea (poseer) y se desea (matar) una y otra vez de manera constante e imparable, con la repetición de la máquina industrial/productiva/sexual obligada a funcionar, desnuda en sus mecanismos e impulsada por fuerzas superiores a ella. Hubiera añadido que ambos ejemplos responden a una degeneración de la cultura de masas llevada al extremo por un capitalismo desmedido y la desaparición de los valores/las personas.


Claire Denis | Les salauds

Ahora en cambio escribiré otra cosa. No es que el cine del presente sea más pornográfico (1), o que esté yendo hacia ese punto de disolución de los límites que tanto temía Baudrillard, sino que quizás el porno en sí pueda decir muchísimo más de la realidad que los productos de Sorrentino o la HBO. Quizás (¡y Dios no lo permita!) el porno ha dejado de ser un género para ser parte de la realidad. Y es que ante Welcome to New York de Abel Ferrara o Les Salauds de Claire Denis uno siente que están apuntando al meollo de la cuestión, ese punto esquivo que gente como Cronenberg vislumbró en sus series Z y que incluso en películas como A history of violence sigue estando muy, muy presente: es la libertad de acción, o, mejor dicho, la voluntad libre que siendo o no consciente de que sí está eligiendo, se abandona a los vaivenes del cuerpo, a lo ya-no-tan-prohibido ni a lo ya-no-tan-oculto sin importarle los límites; es la libertad del cuerpo que, por lo menos en ciertas sociedades y ciertos ámbitos, ya no está circuncidado por tabúes o manías y se puede permitir todo lo que quiera, sin importar el género, la raza, la orientación sexual o la religión (2). Ver estas películas de Ferrara o Denis o Cronenberg (igual que asistir a la proyección de ciertos productos pornográficos) se parece a leer sobre el mundo desencantado de Max Weber. Casi es lo mismo que sintieron en una ciudad nahua cuando, para protegerse de la violencia de los conquistadores, invocaron al dios del fuego esperando que los defendiera y destruyera al enemigo… y al final no ocurrió nada. Porque en realidad no ocurre nada casi nunca (3).



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Los autores parecen decirnos, a través de estos filmes, que no disponemos de discurso, teoría o sentimiento que pueda envolver, descifrar u ocultar en términos ideales nuestra existencia. El juicio en Welcome to New York o la venganza en Les Salauds son únicamente pequeños consuelos metafísicos que explican cómo se puede reaccionar ante el crimen y de qué manera se lo canaliza, pero en ningún caso nos protegen del hecho consumado, es decir, el contacto de la carne. La coacción positiva de unos derechos o de unas esencialidades no basta para convencernos de cometer o de no cometer ciertas acciones. Y lo que nos ofrece la pantalla resume nuestro mundo muy bien: sangre, saliva, sudor y semen. Cualquier mención al dinero, al uso y abuso del cuerpo, a la política, la Vida, el género, el poder, la voluntad, las Ideas… es secundaria, lo extra, lo que está de más. En realidad solo vemos coños, lenguas, culos y penes chocando y entrelazándose porque no disponemos de otra cosa. Y, a la postre, eso podría significar que se pueden esgrimir los mismos motivos para hacer el bien como para hacer el mal. Estamos desnudos de cintura para arriba y de cintura para abajo para hacer lo que queramos: el cine porno y lo porno del cine nos muestran los elementos y las opciones de que disponemos. Y quizás por ello triunfa en esos filmes la animalidad amparada en la razón, de la misma manera que la razón puede amparase en lo intuitivo para perpetrar otras tantas cochinadas: hagamos lo que hagamos, el resultado será parecido. Estamos desprotegidos ante el sexo, ante la muerte, ante la industria, ante el mundo. Y sin duda podría entenderse esta desnudez como sinónimo de soledad.


Nada de esto es nuevo; es obvio que la tradición porno-existencialista ya tiene muchos años y que las víctimas de la porno-libertad se pueden contar por miles. Sin embargo, es posible que con el cine hayamos encontrado otra manera (¡otra más!) de mostrar el vacío y, creación mediante, de darle un rodeo y seguir adelante con la poca vida que nos queda. Pero me parece que aún podemos rascar un poquito más. Algo en el cine porno te dice: lo que ves es lo que hay. Habría que matizar, seguramente, que no todos los productos X son iguales y hay mucho de artefacto en todos y cada uno de ellos. Pero cuando vemos en acción a los artesanos de la penetración y la corrida se presenta un factor irreductible e ineludible que es el de que “eso ha pasado de verdad”. Aun con toda la mentira, el sexo ha existido y podemos verlo. Se logra, en mi opinión, un realismo absoluto porque se sabe que no hay objetivo o trasfondo más allá que el de mostrar lo que ocurre. Se trata de dar verosimilitud y contenido semántico a lo que se proyecta en la pantalla mediante la eliminación de cualquier paratexto. Podría hablarse, pues, de algo así como de la negación de lo cinematográfico para hacer que lo fílmico parezca (¿sea?) más real, porque eliminando cualquier rastro de artificiosidad o de expresión tipo “y mientras tanto” uno se ve obligado a mirar, ver y sentir lo que nos muestra el filme como el todo, aquello que siendo tan pequeño en realidad incluye lo demás.


Claire Denis | Les salauds

El acercamiento a lo real que se consigue así es muy directo e íntimo, y no tiene tanto que ver con la desnudez del cuerpo como con la desnudez de lo sobrante. De este modo lo relevante se percibe en todas partes, construyendo una simultaneidad de tiempos y espacios que es el del presente, el de nuestro (y todos los) presente(s). En otras palabras: cualquier elemento que conforma el metraje se convierte en representación directa de un espíritu, de una manera de ser, de un pensamiento o de un conflicto. Ejemplos cinematográficos de esta visión totalizadora los encontramos en Bad Lieutenant (1992) del propio Ferrara o en las obras de Unamuno o Hermann Broch, pero me parecen igualmente visibles en algunas escenas pornográficas en las que las personas involucradas muestran con sus cuerpos algo más que el hueso y el músculo: apuntan al mundo en el que están insertos. Se da entonces un rodeo con el que el desnudo es lo importante porque lo importante queda desnudo. La metafísica es la muerte de la vida, y simultáneamente la metafísica sigue presente porque nosotros estamos vivos. Cuando se incide con tanta pasión en lo pequeño es inevitable salir rebotado hacia lo muy, muy lejano. Eso, creo yo, lo sabían muy bien tanto el Marqués de Sade como el señor Kant.


¿Y ello lo permite un mismo cuerpo? ¿Un mismo coito? ¿Una misma persona? George Steiner dejó escrito que la sexualidad humana no es ilimitada y que por esa razón la pornografía, en su exploración de lo posible, acaba por mostrar cuáles son esas fronteras que ya no se pueden cruzar. Ahora bien, en este sentido creo que propone una visión de lo pornográfico que se ciñe demasiado a sus reparos y no lo bastante a las múltiples variantes que, como género o como concepto, puede ofrecer. Porque de la misma manera que existe un porno del cine entendido como el abuso sexual y económico (voluntario o no) del cuerpo, que es lo que habría dicho yo hace tiempo, también se lo puede considerar una de las maneras de incidir en el nihilismo que se presentaría en las películas de Harmony Korine o de Jonathan Caouette, y aún podría significar lo esencial, lo que en términos religiosos sería lo más puro y espiritual de la existencia humana. Sus variantes, eso sí, están desprovistas de valoración moral, y eso no es tanto una confesión de liberalidad o de libertinaje como un llamado a la responsabilidad. Porque por cada Sartre que intenta descubrir las relaciones entre su mano y su rama, o por cada Picasso que quiere descubrir cómo se plasma la multiplicidad de seres y experiencias en un mismo cuadro, habrá tantos otros que quieran disimular las gotas de orina en la vagina o la puntita de mierda en el glande. Opino que no hay que eludir el papel que juega cada uno. Y debemos afrontarlo. Y si bien nos podemos sentir solos o desnudos ante la muerte, estamos tan rodeados y tan bien acompañados de conceptos, capas y realidades que no deberíamos sentirnos desvalidos ni siquiera en el summum de la desesperación.



Ignasi Mena



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(1) Ver Shortbus de John Cameron Mitchell, Nine songs de Winterbottom, algunas escenas cerdas de Lars von Trier, las pelis de Larry Clark, las obras de Bruce La Bruce, etc.


(2) Algo de eso hay en mi breve análisis del amor en Querelle publicado por Détour.


(3) No ocurre casi nada, como ya he dicho, en algunas partes del mundo. En otras apedrean a mujeres católicas por haberse vuelto a casar con un hombre católico después de que su primer marido musulmán desapareciera y abandonara a su familia. O persiguen a dos chicos jóvenes por ir de la mano o besarse en un restaurante. Así que hay que ir con cuidado con lo que se dice.


Claire Denis | Les salauds