Tentativa de algo (alrededor de Georges Perec) | por Ferdinand Jacquemort

Correspondencias


Georges PerecHe empezado a escribir sobre Georges Perec. Poca cosa. Pensaba en la calle donde nació, la rue Vilin. Perec casi no tiene recuerdos de su infancia. Su padre murió cuando apenas tenía cuatro años, en la guerra; su madre, poco después, en un campo de concentración (Perec era judío). Él se salvó. Cuando mira las fotografías de aquellos años, las describe minuciosamente. No quiere que nada se le escape, ni una brizna de hierba. Durante años se dedicó a inventariar exhaustivamente las cosas, porque seguramente quería dejar constancia de todo lo que le rodeaba, para que no volviera a ocurrir aquello que le había pasado a él: no tener recuerdos, no tener nada que recordar. Entonces, se fue allá y se dedicó a recorrer las casas de aquella calle, calle cuyos edificios estaban derribando. Encontró la casa de sus padres, los viejos negocios. Todo estaba como desdibujado. La fue recorriendo número a número. Los lugares estaban deshabitados u ocupados por inmigrantes. No quiso entrar. Pensaba que no le dirían más de lo que ya sabía.


He buscado la rue Vilin. No se ven imágenes de ella, pero sí de las calles de alrededor. Solo hay un parque a un lado y los laterales de un edificio gris de paredes de mosaico al otro. En la rue Vilin ya no hay nada. Ningún número. Nadie puede vivir allí. Es absolutamente imposible. Y entonces entiendes por qué Perec escribió y escribió sobre ella. Porque la rue  Vilin ya no estaba allí, estaba en su cabeza. ¿Cuántas calles se habrán perdido sin que nadie haya escrito de ellas, ni filmado, ni fotografiado, ni nada? ¿Cuántas personas habrán perdido así sus recuerdos?


* * *


Dice: igual que necesitamos dormir porque los sueños son ese camino para acceder al subconsciente y lo que allí se esconde (como muy bien sabían los surrealistas), quizás las contraintes, las constricciones, solo sean una forma de llegar al subconsciente despiertos, al obligarnos a frecuentar caminos por los que no hubiéramos llegado conscientemente.


Perec utilizó de una forma especial esas constricciones para llegar más allá, para buscar en su memoria (de nuevo la memoria). No forzar el lenguaje como podía estar haciendo Céline, que lo rompió a patadas, lo dobló hasta hacerlo astillas. La relación de Perec con el lenguaje es la de un niño con un juguete. Un juguete que te permite inventar nuevas historias. En breve: el lenguaje como generador de escritura, la escritura como generador de memoria.


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Ecos


De Georges Perec siempre envidié:


Que hiciera crucigramas, porque yo nunca fui capaz de resolver ninguno completamente.


Que escribiera toda una novela en segunda persona, porque yo no escribí ninguna en cualquier persona.


Que escribiera un libro con ciento treinta y cuatro sueños, porque yo solo soy capaz de recordar uno o dos de los que tuve en mi vida.


Que pusiera títulos tan maravillosos como La vida instrucciones de uso o W o el recuerdo de la infancia.


Que fuera capaz de saltar en paracaídas y también saltar en la vida, sin pensar en el vacío o en cosas que no se abren, algo que yo nunca hice (bah, quizás sí, alguna vez).


Envidio su escritorio, en el que las cosas, como en su literatura, descansan en un ordenado desorden (o un desorden ordenado). Está la sensación de que pese a que los libros se amontonan en columnas, las hojas se desprenden de la pared o en la mesa apenas si queda lugar para dejar algunas cuartillas en las que escribir, todo está unido por algo secreto, una fórmula matemática, una sucesión lógica, un juego de palabras.


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Reminiscencias


Georges PerecRecuerdo cuando era pequeño e iba los veranos a casa del abuelo. El abuelo vivía en una casa ganada a la montaña, una cueva. Las paredes sin enlucir pintadas de azulete, el comedor al entrar, la cocina que funcionaba con pequeñas bombonas azules de butano. Entre los dormitorios, una escalera subía a la cámara, donde se dejaban a secar las almendras, tras una cortina. Allí dormía yo. Recuerdo una cama y un arcón en el que cada año aparecía un nuevo tebeo. La luz entraba por una ventana de forma redondeada y desde allí se veía el canal llegando a la central eléctrica y el zumbido monótono de sus generadores. En las tardes impracticables de calor, me tumbaba ahí y dejaba pasar las horas, entre el sueño y la lectura, mientras los gatos paseaban por el exterior.


Años después, el abuelo se vino a vivir con nosotros. Con nosotros y el resto de sus hijos. Pudo comprar aquella casa que alquilaba desde siempre, pero dijo que no, que no valía la pena. Somos varias generaciones de pobres, quizás todas. Acabó comprándola un médico de fuera para pasar sus vacaciones.


Volvimos otros veranos. La casa del abuelo había sido totalmente reformada, hasta quedar irreconocible: paredes que ocultaban la piedra, suelos y ventanas de verdad. No quedaba nada y costaba pensar en que aquel había sido el lugar donde vivimos, el lugar que habitamos. Ahora ese lugar está solo en mi cabeza. Igual ni tan siquiera fue así, pero eso no importa demasiado. Es un lugar de la memoria, un lugar que preservar, sobre el que escribir. ¿Entendéis lo que quiero decir?



La exposición Pere(t)c, tentativa de inventario (y su correspondiente libro-catálogo) fue organizada/editado por la Fundación Luis Seoane.


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