Gabriel García Márquez. Aracataca-Barcelona-Aracataca | por Susana Herman

2014 empezó siendo el año de Gabriel García Márquez. Un homenaje privado que compartí con Tim Buendía, el último vástago de la saga de Cien años de soledad. Tristemente, acabaría siéndolo para el mundo entero tras la noticia de la muerte del premio Nobel  el 17 de abril.


 A comienzos de año empecé un curso de periodismo cultural para el que necesitaba un proyecto final. Gabo y Tim Buendía fueron los protagonistas y me ocuparon varias semanas hasta que pude darlo por finalizado.  Tim se apellida en realidad Aan’t Goor y es holandés; supe de su existencia de un modo casual, gracias a un artículo publicado por la Revista Ñ (el suplemento cultural del Diario Clarín de Argentina). A comienzos de 2014 fue noticia porque, tras pasar seis años en Aracataca-Macondo (tierra natal-tierra imaginada de Gabo en Cien años de soledad), ponía fin a su aventura colombiana y se marchaba a Los Angeles.


Escritor y viajero, Tim recaló en Aracataca por casualidad (¿acaso existe otro modo de que ocurran las cosas importantes?), con apenas veinticinco años y tras recorrer medio mundo. Se enamoró de sus gentes y se quedó. Cambió su apellido holandés por el de la saga más famosa de la literatura en español, Buendía, y nadie dudó jamás de la legitimidad de su genealogía literaria. Conseguir que Tim me concediera una entrevista fue fácil a pesar de que, justo cuando le propuse el proyecto, estaba preparando su traslado a EE.UU. Quizá por eso me habló de Aracataca ya con nostalgia, con ideas y emociones pasadas a limpio. Cuando le pregunté por qué se iba, me contestó como lo hizo en su día Gabo cuando le preguntaron por qué se había marchado de Colombia: “Nunca me iré, simplemente no voy a estar ahí”.


En esa conexión telefónica Aracataca-Barcelona, Tim me explicó historias en un perfecto español con acento extranjero. Me habló del pasado y del presente, del mito y de la realidad de un lugar fascinante. Hablamos de sus primeras lecturas de la obra de Gabo, de la esencia de Cien años de soledad, del intento de su autor de inmortalizar un universo tan real e imaginario como Macondo. Me explicó con pasión el papel de Aracataca en la historia de Colombia cuando la United Fruit Company convirtió la ciudad en un cruce de caminos y culturas gracias al comercio de la banana, atrayendo a gentes de Venezuela, Palestina, Jamaica, África; que Gabo intentó describir esa afluencia de gentes de todos lados, ese sonido de lenguas y acentos, también el de los muertos, que estaban presentes en su casa porque su abuela Tranquilina añadía más desorden todavía hablando con su hermana muerta.


Charlamos de todo esto y también del proyecto del propio Tim, que mantuvo vivo hasta su marcha: The Gipsy Residence, un hostal donde a lo largo de seis años recalaron viajeros de todas partes atraídos por la figura de Gabo y los Buendía. 


Apenas una semana después de nuestra conversación, el 17 de marzo, Tim se marchó a Los Angeles con su esposa y su hijo pequeño; ese mismo día expuse mi proyecto en Barcelona. Había pasado exactamente un mes cuando fallecía Gabriel García Márquez sin que Tim hubiera logrado conocerlo personalmente.


El círculo de esta historia se cerró el pasado 21 de julio, día de la celebración en Barcelona de un acto de homenaje a García Márquez. Daniel Samper, Rosa Regás, Juan Gabriel Vásquez y Jordi Soler charlaron sobre Gabo como si se tratara de un amigo que está de viaje y del que se espera que regrese pronto. De hecho, todos los presentes nos sentíamos así, como si Gabo fuese a aparecer por sorpresa vestido de blanco sosteniendo un ramo de rosas amarillas.


Durante esa conversación entre amigos surgieron datos, frases y anécdotas conocidas, otras no tanto. Descubrí que tenía en común con Gabo más cosas de las que pensaba: que siempre tenía una botella de champagne en la nevera por si un amigo se presentaba sin avisar; que se marchó de Barcelona el año en que yo nací, tras haber residido en mi ciudad durante ocho años; su predilección por el poeta Roque Dalton y por la música de Mahler; que Esas pequeñas cosas de Serrat era una de sus canciones favoritas; que también quería ser justamente recordado por  su novela El amor en los tiempos del cólera, y no solo por Cien años de soledad, porque opinaba que en la primera había más realidad, gente que caminaba con los pies en el suelo.


Leí  El amor en los tiempos del cólera siendo muy joven (en aquella época ya era aficionada a los amores imposibles, sin saber de cuánta utilidad me iba a ser todo lo aprendido en los libros), y desde entonces me sé el final de memoria:


"El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.


- ¿Y hasta cuando usted cree que podemos seguir con este ir y venir del carajo?- le preguntó.


Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacia cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.


- Toda la vida- dijo.”


No podía abandonar el recinto donde se celebró el homenaje sin estampar una dedicatoria en el libro que viajará próximamente a Aracataca, a la casa museo de Gabriel García Márquez:


“Gracias, Gabo, por llenar de magia este ‘ir y venir del carajo’ que es la vida.”



comentar en el blog volver al índice
Francisca Pageo | Gabriel García Márquez