Americana. I Festival de Cinema Independent Nord-Americà de Barcelona | por Vanessa Agudo

El Americana no ha podido empezar con mejor pie. Celebrada a principios de febrero, esta nueva propuesta festivalera, con el apoyo de la plataforma de emprendeduría cultural de Movistar, ha sabido aprovechar el tirón comercial que arrastra el cine independiente para programar algunos de los filmes más estimulantes del último año; una cuidada selección en la que encontrar tanto las versiones más modestas del cine indie, abanderadas del mumblecore, como películas que se mueven con soltura entre géneros con el reclamo de rostros conocidos de Hollywood. Tres días de cine hábilmente programados durante un fin de semana que han destacado por la respuesta entusiasta del público y las numerosas aglomeraciones para asistir a la mayoría de pases. Una respuesta que confirma la necesidad y el interés por estos pequeños formatos que contribuyen a ampliar el abanico cinematográfico de la ciudad con propuestas algo más elaboradas y estimulantes. Durante las sesiones, no faltaron las presentaciones de críticos y especialistas que acompañaron el pase de las películas, así como un bonito homenaje al recientemente fallecido Philip Seymour Hoffman con la proyección de su debut como director. A continuación podéis leer una crónica de lo más destacable que pasó por el Festival.  



Joe Brewster, Michele Stephenson | American Promise

Documental y ficción: American Promise + The Motel Life


El género documental, en especial si se trata del retrato del desarrollo de la vida de unos niños, siempre entraña cierta polémica. ¿Dónde establecemos la frontera entre realidad y ficción? Inevitablemente al visionar American Promise nos vienen a la memoria los experimentos fílmicos de Jonathan Caouette y con ellos su ambigüedad moral, saber hasta qué punto es censurable su cine o su autoexhibicionismo. En este caso no se trata de una elección de los protagonistas sino de los padres de uno de ellos, los realizadores Joe Brewster y Michèle Stephenson. Dejando de lado estas consideraciones morales, que esperemos no resulten moralistas, estamos sin duda frente a una de las películas más atractivas del Festival. Resulta muy interesante comprobar cómo se va transformando la temática del filme, cómo pasa el foco de atención de un cierto análisis de la estructura pedagógica a la constatación de un sistema elitista y de enquistado racismo. Si revisamos brevemente el argumento vemos la ilusión de unos padres, que han luchado mucho por establecerse en profesiones liberales, por darles la mejor educación a sus hijos. Este impulso les lleva a matricularles en la escuela privada, pero la expresión de los rostros de los pequeños nos demuestra que quizás no sea la mejor elección. La tensión va creciendo por momentos, tanto en el propio colegio, diseñado para blancos, como en los núcleos familiares. Los autores nos permiten colarnos en su intimidad, haciéndonos partícipes de las posibilidades de sus pequeños, pero a la vez abren la puerta a sus tragedias familiares y sus desengaños. Muchas veces lo considerado como óptimo se nos revela inadecuado, una utopía de rígida estructura que nos separa de las verdaderas necesidades de nuestros seres queridos. Quien se acerque a este documental para encontrar una comparativa entre escuela pública y privada saldrá decepcionado; en cambio, el espectador que desee profundizar en las inesperadas vicisitudes que forman propiamente la vida se verá muy gratamente sorprendido.


Alan Gabe Polsky | The Motel Life

El reverso del documental lo encontraríamos en The Motel Life, por tratarse de la adaptación de una novela con vocación de historia real. Resulta paradójico que una trama de aparente realismo cotidiano pueda trasladarse de una forma tan ficticia (en el sentido de encorsetada) al plano fílmico. Los intérpretes de cara conocida en este caso afectan negativamente al resultado final, exceptuando la ponderada interpretación de Kris Kristofferson,  alejándose de alguna manera de la definición de película independiente. Sus protagonistas, dos hermanos huérfanos, viven en una situación de extrema pobreza refugiándose a menudo en el escapismo. Este consiste en las -por otra parte sonrojantes historias- que Frank Flannigan explica a su hermano enfermo Jerry Lee. Gran parte del peso de la película está en este personaje, cuya dependencia física y emocional le sitúa como centro alrededor del cual giran el resto de personajes. Encontramos cierta perversión en la manera de tratar su discapacidad, pues a un mismo tiempo vemos el amor que recibe pero por otro lado gran parte de personajes resaltan la limitación que supone para Frank tenerle a su cargo. Ciertamente la interpretación de Stephen Dorff tampoco ayuda, demasiado artificial al fingir modestia. Demasiada tendencia a regodearse en la propia tragedia. En cambio, Dakota Fanning sabe sobreponerse a papeles anteriores -básicamente olvidamos su fama- dando vida a una joven tan perdida como ellos, e igualmente dotada de una bondad innata machacada por las circunstancias. La estructura de la película resulta bastante tópica, con final feliz incluido, pues el exceso de patetismo le hace acercarse por momentos al territorio del telefilme.



Frank V. Ross | Audrey the trainwreck

Estilo libre: Audrey the trainwreck + Upstream color


Audrey the trainwreck ha resultado ser una de las grandes sorpresas del Festival. Para empezar, porque es la que más encaja con la idea de cine independiente al contar con bajo presupuesto, actores fuera del star system y una estudiada sencillez tanto narrativa como formal. En un primer visionado, puede generar una sensación de obra poco ambiciosa. Sin embargo, es precisamente en este punto donde reside su particular grandeza. Así, el filme escoge mostrar la vida cotidiana de un grupo de personas en su más pura mediocridad, no en un sentido peyorativo, sino en el sentido de observar que el punto medio -o incluso el hastío laboral- constituyen la mayor parte de nuestro tiempo. Esta frialdad se traslada a nuestras relaciones personales y, de repente, nos vemos arrastrados dentro de una estructura social a la que no parecemos pertenecer y de la que se nos hace difícil escapar. Pero su director, Frank V. Ross, consigue arrojar un rayo de esperanza combinando estos elementos con la ilusión de encontrar a una persona afín con la que poder desahogarse de esta cotidianidad opresiva. En otras palabras, que Ross combina sabiamente la estructura de película chico conoce chica con el también clásico argumento de la ausencia de tejido social. El conjunto queda aderezado con un peculiar sentido del humor que hace de esta película una propuesta muy agradablemente cercana a lo amateur, cálida para el espectador.


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Shane Carruth | Upstream color

Shane Carruth vuelve a sorprender nueve años después de su aclamado debut con Primer. Como ya hiciera entonces, no se limita a dirigir sino que también entra en el campo de la interpretación. Upstream color presenta al espectador una doble realidad; la estructura social que conocemos y las reglas del juego que desconocemos. Estos dos ámbitos quedarán sintetizados en la escena final, verdadera proeza de síntesis que consigue perturbar y dar esperanzas a partes iguales. Además de este intrigante argumento, destacaríamos la obra como experiencia fílmica en sí. En un primer momento resulta primordial dejarse llevar por sus imágenes, en ocasiones perturbadoras, para acabar estableciendo relaciones entre ellas solo al final del metraje. Carruth nos invita a recorrer un camino doloroso que terminará liberándonos de una situación incómoda al alcanzar el conocimiento de la misma. Nos habla mucho de mecanismos de control y de la capacidad de superarlos o, al menos, de integrarlos sin que destruyan la propia existencia. Su forma de narrarlo se asemeja, por momentos, a otros cineastas; es inevitable pensar en David Lynch por el uso del sonido, así como por la belleza de planos que no comprendemos en el momento pero que nos atrapan en su propio desarrollo interno. Reflexiona como un científico, haciéndonos pensar sobre los límites de esta disciplina y los márgenes que la separan de la Naturaleza. O más aún, hasta qué punto el entorno natural se ha convertido en ciencia, hasta qué punto ha quedado modificado genéticamente el propio espacio que nos rodea. Carruth sabe enlazar esta compleja línea argumental con una historia de amor que desemboca en un final feliz. Y no se queda ahí, sino que todos los personajes -no únicamente la pareja- serán capaces de romper con el reinado de la tiranía estableciendo un nuevo orden, ya no sabemos si natural o artificial, con un marcado peso de la comunidad que lo forma. Una experimentación forzada que, precisamente, queda detenida en el mismo punto en el que finaliza la película.



Chris Eska | The Retrieval

Le nouveau western: The Retrieval + En un lugar sin ley


Chris Eska ha querido acercarse con The Retrieval a la configuración temática de un western clásico, al asumir algunas de sus premisas principales, como pueden ser el viaje de aprendizaje de un joven, o mostrar un núcleo de acción de un personaje nómada que aparece durante la trama y desaparece con ella... Pero, a su vez, ha introducido ciertas variaciones, tanto formales como temáticas. Para empezar el formato usado es el digital, lo que es habitual pero que ya desde un primer momento separa de la técnica analógica que relacionamos irremediablemente con el género. Por otro lado podríamos hablar de black western, pues el protagonismo recae en personajes de raza negra, algo impensable o como mínimo muy rara avis en el periodo clásico. A todos estos elementos se une la situación de la diégesis en los últimos días de la Guerra Civil estadounidense, pues este carácter bélico guarda un peso que planea subliminalmente sobre todo el nudo de la trama y que se explicita durante su desarrollo. El filme nos acerca a las tendencias del cine de autor contemporáneo al hacer del motivo del viaje el núcleo principal en su estructura, un deambular que resulta fructuoso para el joven que coprotagoniza la cinta pero fatal para su protagonista principal. Será este un héroe trágico que desconociendo las verdaderas causas de su viaje resultará clave en el aprendizaje de su joven acompañante, al librarle por momentos de la crueldad de los tiempos que a ambos les ha tocado vivir. En el transcurso de este peregrinar de los personajes, el espectador conoce de manera simultánea sus inquietudes, así como lo poco que pueden hacer contra la fuerza bruta que les acecha. Por todo ello, nos situamos delante de una obra muy humana, que empatiza de manera instantánea con el espectador, pero que a su vez corre el peligro de ser olvidada debido a su casi perfecta construcción comparable con la de un clasicismo un tanto frío en su ejecución.


David Lowery | Ain't them

En un lugar sin ley, de David Lowery, establece un interesante y enrevesado juego de referencias. Bajo la apariencia de un clásico instantáneo, se encuentran múltiples parámetros tan hábilmente entrelazados que nos remiten a la definición canónica de armonía, de unidad en la multiplicidad. En un primer momento puede parecer que la principal inspiración es llevar a cabo una revisión del concepto de western, pero en realidad el conjunto resulta mucho más complejo. Aquello que más se aproxima a las constantes de este género es el personaje -brillantemente interpretado por Casey Affleck- de Bob Muldoon, un ser caracterizado por su incapacidad de asentarse en ningún entorno que irremediablemente arrastraría a su pareja y a su hija por el camino del crimen. Este personaje se ve contrarrestado por el de Patrick Wheeler (Ben Foster), agente del orden que tendrá un papel primordial en el restablecimiento y mantenimiento del mismo al final del filme. Lowery no sitúa su película en un espacio temporal propio del western, sino que escoge la década de los 70, interesándose por el retrato de una sociedad entre la modernidad y la tradición, un punto de inflexión en el que es necesario escoger el camino de la subversión o aceptar llevar una buena vida. Además, su realizador consigue rizar el rizo en la mezcla de recursos, pues es una de las películas más indies de todo el Festival, aunque su factura parezca alejarla de tal estilo. Así, encontramos varios procedimientos en relación con este estilo, ya que la localización en un pueblo un tanto aislado nos puede remitir al sentimiento de incomunicación tan presente en el indie, así como el ritmo lento con en el que muestra lo cotidiano. El tratamiento de la escena inicial en la que percibimos el amor que se profesan Ruth Guthrie y Bob Muldoon (Rooney Mara y Affleck) no puede ser más independiente en cuanto al uso de la música o la manera de mostrar el paisaje, la propia luz y la belleza de las figuras. Un instante que nos propone una interpretación sobria y contenida del tú y yo contra el mundo, tema que el cine indie ha tomado habitualmente como inspiración. Lowery canaliza este sentimiento a través de una técnica contemporánea y lo ambienta en el pasado, en una peripecia que podemos poner en relación con el gusto por lo vintage. En definitiva, En un lugar sin ley es un inteligente ejercicio de asimilación de referencias que se interpenetran y relacionan entre sí dando lugar a una forma nueva de eclecticismo, una tipología en la que resulta difícil establecer suturas estilísticas, plena en su posmodernidad. 



Vanessa Agudo



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